El alzamiento en el valle no puede comprenderse si no se parte de la destacada implantación que la religión tenía y que condicionaba todos los órdenes de la vida del valle.
Según comentaba Jesús Lezaun, fue el clero el que organizó la guerra del valle. Especial protagonismo tuvo el cura de Lezaun, Mónico Azpilicueta, Jefe del Requeté, que organizaba entrenamientos en la zona de la planilla de Ibiriku.
A título anecdótico, cabe recordar que el cura de Lezaun organizó guardias para que los rojos no quemasen la iglesia. La psicosis generada con falacias como ésta, acompañada con la presión ejercida sobre los vecinos, fueron determinantes para que muchos vecinos del valle dejasen sus familias, se alineasen con el carlismo y cogiesen las armas en defensa de la religión.
Así, el 19 de julio de 1936 salen los primeros carlista, enrolados en el Tercio de Abarzuza, dirección a la Sierra de Guadarrama. Entre ellos, cuatro sacerdotes del Valle conforman el Tercio de Abarzuza: el precitado cura de Lezaun, así como, José Ulibarri, cura de Ugar, Luis Lezaún, cura de Murillo y Alejandro Pagola, cura de Iruñela.
En cualquier caso, no debemos obviar la participación excepcional de algún sacerdote a fin de evitar fusilamientos. En este sentido, debemos destacar la intervención de Bruno Lezaun, cura de Abarzuza, que evito el fusilamiento de algunos vecinos nacionalistas de Abarzuza.
La Iglesia también aquí debía de pedir perdon. Cuesta entender cómo su actuar está, muchas veces, tan lejos de lo que predica.
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